El mundo que se representa en La utopía agraria es el de las manifestaciones y visiones que se construyeron sobre la naturaleza y la población americanas en el horizonte que se abría tras los procesos independentistas. A esa mitología contribuyó una élite intelectual y política, seducida por los ideales del progreso y la modernidad, así como por la dialéctica civilización-barbarie, que se apropió de los nuevos símbolos que debían orientar la refundación del presente y las acciones del futuro. La obra se centra en estas experiencias discursivas, que tienen lugar en Argentina y Chile en el periodo comprendido entre 1810 y 1880 y que se difundieron a través de diferentes medios. En ellas se promovió una nueva cultura del agro y de sus pobladores, convertidos ahora en ciudadanos hacendosos e instruidos mediante la aportación de la inmigración, de la ciencia y de las innovaciones técnicas, estas últimas abanderadas por el ferrocarril y por su capacidad para articular el territorio. Como se pone de manifiesto en el estudio. La realidad social reveló, sin embargo, serios impedimentos para ver cumplidas de manera inmediata estas ensoñaciones. A la inestabilidad política y las luchas por el poder se unió la resistencia del nativo a una conversión que no entendía. La aceptación de las tesis del progreso no fue, pues, el resultado de una revolución pacífica, como pretendieron los intelectuales que confiaban más en los observatorios astronómicos en el telégrafo que en las bayonetas.