Ante los recientes hechos violentos ocurridos en contra de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa (Guerrero, México) se ha abierto una herida en la sociedad mexicana que, con el paso del tiempo, en lugar de sanar, se ha vuelto una laceración purulenta cuyas deyecciones son la indignación y el repudio que se extienden alrededor de todo el orbe. Estos crímenes han venido a confirmar el hecho de que la educación, aunque se proclama como un derecho universal, es más bien una herramienta del sistema que intenta crear autómatas al servicio de los gobiernos neoliberales en vez de propiciar el desarrollo del espíritu humano en aras de una mejora social.