Si, como dice el teórico Francisco Puertas Moya, el nombre propio es el origen de todo discurso, entonces el proyecto de publicar la precoz autobiografía de once jóvenes escritores en México, elegidos porque ya tenían una ópera prima y eran acogidos por los grupos de poder intelectual, entre 1965 y 1968, tuvo el objetivo de perpetuar a dicha generación. Aunque se anunció la colección por Empresas Editoriales en 1965 como textos autobiográficos, lo que hicieron los escritores José Agustín, Gustavo Sainz, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Vicente Leñero, Tomás Mojarro, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Raúl Navarrete, Juan Vicente Melo y Marco Antonio Montes de Oca fue una escena de la lectura a modo de metáfora vital, de acuerdo con la teoría de Silvia Molina. Es decir, una máscara, como Paul De Man ya lo indicara, que les sirvió a casi todos para presentarse en el teatro del mundo literario. De eso trata este análisis: de la reconstrucción de su vida a partir de la experiencia con los libros que tuvo esta generación que marcó la historia de la novela, el cuento, la poesía y el ensayo latinoamericano, y cómo, a su vez, estos textos también pueden ser considerados dentro de la diatriba, todavía no finita, que la teoría literaria libra sobre el estudio de las autobiografías, las memorias, las cartas y los diarios.