Juan de la Cierva viaja por segunda vez a los Estados Unidos en diciembre de 1931 para encontrarse con su
socio en la Autogiro Company of America Harold Pitcairn, que le acoge en su mansión de Bryn Athyn, en las
afueras de Filadelfia. Estando allí recibe una invitación para asistir a una fiesta en Michigan, en la que conoce al
fabricante de automóviles Henry Ford, que le convence para que escriba unas memorias. En ellas, dictadas a un
periodista y con Pitcairn como testigo, el inventor narrará toda su vida, describiendo primero cómo ya desde
niño se despierta en él la vocación por la aviación para después ir evolucionando sus trabajos hasta la invención
del autogiro y su perfeccionamiento posterior.
Tras ese invierno en América y ya de regreso en Londres, ciudad en la que vivía entonces, se cuenta cómo Juan
de la Cierva —un personaje conocido y admirado en aquellos momentos en todo el mundo— fue consiguiendo
sucesivas mejoras en el autogiro hasta hacerlo despegar verticalmente, y de qué manera sus estudios sobre las
alas giratorias permitieron, tras su prematura muerte, el desarrollo del helicóptero.
En la obra se relata la época convulsa que le tocó vivir al inventor español, así como las relaciones de Juan de la
Cierva y Codorníu con algunos personajes célebres de la época como el rey Alfonso XIII, Alberto Santos Dumont,
Leonardo Torres Quevedo, Guglielmo Marconi y otros. También se cuentan las opiniones que manifestaron
acerca del autogiro grandes inventores como Thomas Alva Edison y Henrich Focke (inventor del primer
helicóptero con certificado de aeronavegabilidad).