En la entrega a la vida el cuerpo tiembla, el pecho se expande de gozo, los ojos se agrandan. Enamorados, nos estremece un cielo estrellado y pensamos con embeleso en las caricias del ser que amamos. La entrega nos posee. Estamos ciertos de que el objetivo de estar vivos es uno solo: vivir el amor. Las pérdidas nos arrancan de tajo de ese lugar. Cerramos el corazón, dejamos de decir sí a la vida. Recuperamos la capacidad de entrega cuando nuestra visión va más allá de la materia. Con los ojos de la materia, la muerte sólo anuncia el principio y el fin de algo; procesos que comienzan y terminan. Con los ojos del espíritu, vislumbramos la red de amor que gestamos con nuestras acciones amorosas. Brotan los susurros del corazón y descubrimos que el amor nos acoge y nos envuelve siempre.