Entra, dicen unos y otros que salen con el aire, por rendijas, traspasando. No percibimos su presencia, hermano, entre todos y sin sobresaltos empujábamos de mala gana la rutina. No rondaba, no envió sus heraldo negros la muerte. El televisor zumbaba en tu cuarto: la gente se duerme sin apagarlos; y hay quienes aman cubiertos por su luz: engañan sus ruidos a la soledad. ¿La viste tú, hermano, sentiste el frío de su guadaña, te quejaste cuando rompió el hilo, te dolió la muerte? No escuchamos, hermano, estertores ni gemidos, rezos, voces. No te oímos. El televisor hablaba en inglés. ¿De qué reías cuando te descubrimos, ya sin vida, en el sillón?